por Javier Bleda
Mira por dónde escribo un libro titulado Viuda Súbita, Reflexiones sobre un asesinato, Mario Biondo, In Memoriam. En este libro novelo la hipótesis de que la viuda tuviera una aventura con el entonces príncipe Felipe y, al enterarse el marido, el viejo emérito diera orden a los ejecutores cloaqueros de silenciar eternamente a Mario Biondo con el fin de garantizar el orden dinástico.
Como todavía tenía mucho material que no había podido incluir en este libro, porque los libros con muchos datos siempre es mejor que sean ligeros para digerirse mejor, decidí hacer una segunda parte, e incluso ahora pienso si no tendré que hacer una tercera para colocar la enorme cantidad de literatura con la que el primer libro se estaba retroalimentando o, tal vez, finalmente la saga Viuda Súbita se convierta en un túnel parecido a esos que uno ve cuando está jugueteando con la muerte, solo que en mi caso, en lugar de luz brillante, lo que se aprecia al final del túnel es oscuridad, porque yo siempre he sido más de demonios que de dioses. Por cierto, pido disculpas a los que compran libros en función de que tengan muchas páginas.
Cuando estaba ya terminando de montar la continuación de Viuda Súbita decidí seleccionar tres haters al azar (bueno, digamos que se trataría de un azar un tanto manipulado, pero como es una novela al final sería azar de todas formas). La explicación a por qué incluir haters en la segunda parte de mi novela sobre el asesinato de Mario Biondo es sencilla, como todo en la vida, siempre hay dos caras de la misma moneda, en una podríamos poner a los “suicidantes”, las personas que piensan que Mario se suicidó (o murió accidentalmente como dice su viuda) y los “asesinantes”, que mantenemos que Mario murió asesinado porque se enteró de lo que no debía haberse enterado, y de hecho unas semanas antes de su muerte comentó algo conmigo al respecto de este asunto. Así, al formar yo parte del grupo de los asesinantes, y dada mi magnanimidad, decidí darles espacio a tres suicidantes quienes, a su vez, también eran empedernidos y furibundos haters contra quienes pensamos diferente.
Resumiendo, escribo noveladamente (supongo) sobre jefes de Estado españoles e italianos, reyes, reinas, príncipes, princesas, sapos, servicios secretos, cloacas del Estado, mafias (perdón por la redundancia) prevaricaciones de funcionarios, asesinatos, viudas, managers que mecen la cuna, implicaciones empresariales, engaños, cuernos, familias destrozadas y, de toda esa gente, el primero en rebotarse es uno de los tres haters que con tan buen criterio había seleccionado.
Antes de continuar es mi deber advertir que este hater rebotado no es un hater cualquiera. Supongo que todo el mundo habrá escuchado hablar de la teoría de que hay “reptilianos” infiltrados entre nosotros, pues bien, entre los reptilianos hay una subcategoría que define a los que más ruido hacen, son los “reptitulianos”, que son reptiles extraterrestres hipertitulados, tanto que sus escamas están compuestas del papel con el que se confeccionan los diplomas, independientemente de si son verdaderos o comprados al por mayor (lo de que son reptiles extraterrestres lo digo en sentido figurado, no sea que alguna víbora licenciada en Derecho se me tire al cuello).
Este hater reptitulado es el sedicente “Doctor” Carlos Cuadrado Gómez-Serranillos (pongo los dos apellidos para que nadie pueda confundirse con otro Cuadrado que se encuentre por ahí y se líe a escobazos con él pensando que es un lagarto extraterrestre). Hace unos días, la periodista nicaragüense Laura Rodríguez me hizo una entrevista en su magnífico canal de YouTube con motivo de la presentación del segundo libro de la saga: Viuda Súbita II parte. Dos pashminas. Una historia. Alguien avisó al reptituliano de que estábamos en directo hablando de él y, desde ese momento, no paró de acosar a esta muchacha cuyo único delito era entrevistar al autor de un libro, porque ella no tiene nada a favor ni en contra de este icono reptiliano extraterrestre de la megalotitulación. A tal extremo llegó el acoso que se sintió atacada como mujer por un individuo que defiende los derechos de manera unidireccional, y no me extraña que la periodista se sintiera así, porque hace poco, en un foro de criminología (o al menos de crímenes) el reptitulado, en una conversación con una de las intervinientes, a la que Dios ha debido dotar de una paciencia infinita, acabó diciéndole: “igual que tú tampoco eres mi amante, de momento”. ¿Se puede ser más machista?
A tanto llegó el acoso a la periodista ese día y el siguiente, con denuncias a la propia plataforma de YouTube incluidas, que le dije que, por mi parte, no había ningún problema si ella quería cortar el trozo de la entrevista donde hablábamos del reptituliano si con ello se iba a acabar el acoso, y así tuvo que hacer, cortar ese trozo dejando caer al pozo de la podredumbre la libertad de expresión por culpa de un individuo, y sus coristas letradas, que entienden de democracia lo mismo que yo de resolución de permutas extrapiramidales, es decir, nada.
Una de las cosas que más me llamó la atención en este acoso salvaje a una periodista es que las letradas (léase abogadas), imploraban la calidad de la inmensa superioridad mental de su defendido, el reptituliano, “posee altas capacidades” decían, para dar a entender que su colección de títulos y honores fuera más grande que la mía de preservativos sin usar y ya caducados. Pero luego, a renglón seguido, el reptituliano volvía a la carga alegando que tiene Asperger (hace gala de ello en su propia web y allá donde le dejan) y es poseedor de una minusvalía (mental, se entiende) del 44 por ciento, lo que en términos matemáticos vendría a ser la perfecta cuadratura del círculo, y no tanto por el juego de palabras por el hecho de que el reptituliano se apellide Cuadrado (yo me llamo Bleda, que significa acelga en catalán, y ninguna me quiere comer, “de momento” como diría el reptituliano), sino porque podríamos decir que su capacidad mental le ofrece la posibilidad de llegar donde no llegan los humanos estándar en el campo del conocimiento pero, si te metes con él, entonces saca su carnet de disminuido y te amenaza con el fuego eterno judicial por haber tenido la osadía de tratarlo como si fuera una persona normal.
Y ahora le pregunto yo a la ciencia, ¿en qué quedamos, este tío hipertitulado y Master del Universo, es tonto o listo? Y no me toquen los cojones con eso de si me estoy riendo de una persona con problemas mentales porque no es el caso, hablamos de alguien que va de perdonavidas, y por mucho que la ciencia explique que los asperger pueden llegar a resultar pedantes, si la sociedad le da la posibilidad de ser abogado, médico, forense, neurocientífico, criminólogo, psicólogo, recoge pelotas en el Open Británico de tenis, y hasta detective (aquí sí que le tengo lástima con lo jodida que está la profesión desde que la ley de Seguridad Privada los jodió bien jodidos para que no pudieran tocar nada delicado sin que el gran hermano de las cloacas del Estado lo sepa primero), insisto, si la sociedad le da la posibilidad de que haga todo eso, ¿por qué yo no puedo hablar de él como si fuera una persona normal? ¿Acaso no lo es? ¿Entonces dónde queda toda la verborrea estructural de la integración social de los disminuidos?
Yo, a Carlos Cuadrado Gómez-Serranillos lo integro tanto en la sociedad, como creo que es mi obligación, que si en lugar de en un foro, amparándose en la distancia, me hubiera dicho a la cara, con motivo de mi primer libro de Viuda Súbita, eso que escribió de que soy “inimputable” por mi grado de “subnormalidad” (conservo captura de pantalla), le habría dado dos “guantás” al estilo de Albacete que habría tenido que hacer las maletas y volver a su planeta de reptitulianos echando leches. Y esto no es una amenaza, porque expreso lo que habría pasado de tenerlo delante, pero claro, ahora que su ilustrísima reptituliana me ha hecho un análisis forense online no solicitado y me ha dejado claro que los dos somos disminuidos mentales, pues ya no hay problemas, aunque si he de ser sincero lo que más me ha gustado de su forensía es eso de que soy inimputable por mi subnormalidad, porque a partir de ahora ya me puedo sentar a descansar sabiendo que nadie se puede meter conmigo por lo que digo o escribo, y si alguien lo hace rápidamente saco el dictamen de su ilustrísima forense reptituliana y esgrimo, como hace él cuando le interesa, que soy un pobre disminuido.
Por cierto, como creo que el reptituliano ha conseguido comer el coco al Colegio de Psicólogos de Castilla-La Mancha (con el de Madrid no pudo), me encantaría saber qué piensa quien lleve las riendas de ese colegio respecto a que uno de sus miembros ande insultando, desde un punto de vista de minusvalía mental, a diestro y siniestro. ¿Dónde quedó la ética que se le supone a quienes tienen la responsabilidad de traer un poco de orden y concierto a nuestras tristes vidas? ¿Es habitual que un psicólogo colegiado ande diciendo subnormal a todo el que no es un reptituliano como él?
Venga ya hombre, a tomar por culo tanta tontería, vivimos en una sociedad donde la libertad de expresión hace aguas por culpa de individuos tóxicos y manipuladores, como este reptituliano, que piensan que sus amenazas tienen algún recorrido. No se puede jugar con ventaja haciendo que las reglas sociales sean unas para unos y otras para otros dependiendo de cuál sea su condición. Si alguno de los mil títulos del reptituliano es auténtico y, a partir de ese título, tiene el derecho de ejercer como profesional en el ámbito que corresponda, también debe saber que después, si alguien le dijera que es un gilipollas, no puede ir corriendo a “mamá Teresa Bueyes” a decir que lo han insultado porque es un disminuido, porque eso no es cierto, nadie le dice nada por tener lo que tiene, eso es algo que él mismo, el reptituliano, se saca de la manga cuando no tiene otra defensa. Es como si yo dijera que escribo como escribo porque soy un hijo de puta de nacimiento y no me puedo reprimir. Efectivamente soy un hijo de puta (disculpa madre, ya sé que no te dedicabas al tema, es una forma de hablar, y desde luego si lo hiciste supiste guardar muy bien el secreto), pero no escribo así por serlo, sino porque, con conocimiento de causa, después de muchos años peleando contra el sistema inmundo en el que vivimos, no me da la gana callarme, y menos ahora que, después del dictamen forense online no solicitado de su ilustrísima reptituliana, ya sé que nunca iré a la cárcel, como mucho a alguna institución mental. Claro que esto tampoco me deja muy tranquilo, la verdad, porque si luego aparece él por allí como ilustrísimo reptituliano neurólogo psiquiatra forense de los universos a la izquierda de Orión, entonces sí que no habría quien me pudiera librar.
A mí los títulos me importan muy poco, incluidos los auténticos del reptituliano y los que le puedan haber tocado en la tómbola, y más después de ver que la Universidad Complutense, esa aparente cuna del saber universitario, se ha convertido en la extensión de saunas para homosexuales del suegro de Sánchez, que en paz descanse, que ponen el culo firme cuando el poder los llama. ¿Qué importancia pueden tener los títulos universitarios cuando la primera dama del presidente del Gobierno (me refiero a su mujer Begoña, no a Letizia, es por aclarar la diferencia entre el orden institucional y el marital), se convierte en catedrática de no se sabe muy bien qué en un lugar donde los títulos, precisamente los títulos, es lo único que cuenta?
Pero siendo que los títulos me importan poco, no es de recibo que venga un reptituliano de otro planeta y haga lo que le salga de salva sea la parte con un discurso titulante más hueco que el doctorado de Sánchez y degradando las palabras “colegio” y “colegial” al grado de lagartijas, lo que en el mundo del que viene el reptituliano sería lo más parecido a la nada absoluta. Pero, como es un disminuido aquí no pasa nada, o mejor dicho, sí pasa, porque al que se meta con él los jueces lo van a machacar, excepto a mí que soy subnormal. Si no fuera porque estamos hablando de cosas muy serias sería para reírse hasta decir basta.
Ahora bien, incluso respetando el criterio profesional forense de su ilustrísima reptituliana, el doctorcito Cuadrado, respecto a mi grado de subnormalidad, faltaría más, o incluso el de una de sus letradas, que afirma que a mí no me conocen ni en mi casa (eso quisiera mi familia, no conocerme, al menos en mi faceta de periodista, porque son muy del PP y yo le arreo a todo lo que se mueve a izquierda y derecha, como el Cuadrado con los títulos), si hay algo por lo que siento asco, pero verdadero asco, especialmente porque soy padre y tres de mis seis hijos todavía son menores, es al tema de la pornografía, y aquí sí que no voy a poner paños calientes con este individuo por muy disminuido discrecional que sea. Cuadrado, además de tomarnos a todos por gilipollas dadas sus altas capacidades, es pura y duramente un promotor de pornografía junto a su socio, el productor de cine porno Ignacio Allende, alias Torbe y la actriz, o exactriz, o lo que sea, porno María Lapiedra. A Torbe lo acaban de condenar en firme por pornografía infantil, y a esta señora la lio el Cuadrado para montar una empresa, junto con Torbe, dedicada a hacer monedas con la figura de la “actriz” y venderlas bajo la denominación de “Lapiedros”. Esto, nos pongamos como nos pongamos, se llama promover la pornografía, y por mucho que vivamos en un país donde todo vale, donde estas barbaridades sean legales, donde nos quejamos de la violencia contra las mujeres, pero los jóvenes y niños pueden ver tranquilamente en sus teléfonos cómo cincuenta tíos revientan a una mujer que, por imposición del guion, tiene que poner cara de que le gusta y sonreír pidiendo más o, como en el caso del socio de Cuadrado, y según la Policía, una niña menor de edad fue humillada y vejada por Torbe y obligada a escenas de sexo con hasta 30 hombres, digo, nos pongamos como nos pongamos es una aberración por la que siento asco, tanto por la pornografía como por la de quienes, como en el caso de los individuos citados, la generan, producen y distribuyen en cualquiera de sus formas, incluyendo la edición de monedas con imágenes de actrices porno e independientemente de su estado mental.
Creo que con todo lo dicho he dejado clara mi posición respecto a su ilustrísima reptituliana, pero si ello no fuera suficiente, o no entendiera bien mis palabras, le aconsejo que se vaya a tomar por donde amargan los pepinos y me deje en paz, y si es que se diera el caso de que en su infinita sabiduría no supiera qué significa esto, entonces lo que puede hacer es un master de Pepinología Ecológica, que ahora en Mercadona los regalan comprando una piña a partir de las ocho de la tarde. Y si después de añadir un nuevo título a su colección para andar dando el peñazo a todo dios respecto de los títulos que tiene, sigue sin entenderlo, entonces ya la única solución que quedaría es que se acerque a las tres de la madrugada a cualquiera de los miles de pueblos que hay en España con bares y allí pregunte a los lugareños que todavía aguanten apalancados contra la barra qué significa eso de que te den por donde amargan los pepinos, que con toda seguridad se lo van a explicar al detalle.
Y, por supuesto, si a pesar de todo su ilustrísima reptituliana no entiende mis palabras y va corriendo a “mamá Teresa Bueyes” para que me denuncie, incluso ignorando el propio análisis forense online no solicitado que hizo sobre mi grado profundo de subnormalidad, pues entonces aprovecharé mi condición de periodista canalla de barra de bar, que no de licenciado intergaláctico, para preguntar a la abogada cuando me la encuentre en los pasillos de los juzgados cómo pudo tragar con aquél comunicado de una de sus clientas, Bárbara Rey, creo que emitido en 2017, amenazando con demandar a todo el que dijera que había estado liada con el rey Juan Carlos. Pero vamos a ver, un poco de seriedad por favor, no es que la clienta de Bueyes estuviera liada con el rey, sino que además extorsionó al Estado durante años para ser pagada con dinero público a cambio de su silencio y de no dar a conocer los vídeos sexuales que ella misma hizo en su casa, además de otros del mismo tipo que grabaron los servicios secretos a ella y al Borbón en Aravaca. Lo de la extorsión al Estado no es algo original mío, sino del general Manglano, quien fuera durante años jefe de los servicios secretos españoles y también de lo peor de sus cloacas, y quien, en compañía del ciudadano Borbón, también inimputable como yo, pagaron con fondos reservados destinados a la seguridad del Estado (ojo, no confundir Estado con la bragueta del jefe del Estado) un silencio que en realidad no lo era, porque esta supuesta diva nunca ha dejado de flirtear con el tema en medios de comunicación para tener acojonado a un monarca que nunca debió serlo por su depravada actitud hacia las mujeres ya desde su época de príncipe, cuando iba de la mano de Franco.
Ya que estamos, conviene recordar lo publicado por El Mundo el 21 de junio de ese mismo año 2017: Ocurrió en el programa Crónicas Marcianas, en el año 2000, estando el fallecido Ángel Cristo, ex marido de Bárbara Rey, en el plató, cuando dieron paso en directo a una llamada de Sofía, hija de ambos, que emitió por sorpresa una cinta grabada en secreto donde el domador insultaba a la vedette. "Si esta señora, -dijo, refiriéndose a su ex mujer- ha sido capaz de chantajear a uno de los hombres más importantes de este país, ¿Cómo no va a tratar de destruir a un pobre hombre de circo como yo?
Además de estas palabras más que concluyentes del domador y exmarido de la Rey, en el mismo artículo El Mundo añade: Pudo ser el suyo un nombre más en la lista de conquistas que la rumorología atribuye al emérito, si no fuera por el escándalo sin precedentes protagonizado por la vedette en mayo de 1997, cuando denunció a la policía el robo en su domicilio de carretes de fotos, cintas de vídeo y material gráfico "comprometedor" para una "persona muy importante" de este país, señalando que los autores "han podido ser enviados por el señor Manuel Prado y Colón de Carvajal, a fin de retirar la documentación comprometedora".
La que se lio fue parda, teniendo en cuenta que Manolo Prado, ya fallecido, era íntimo de Don Juan Carlos, además de su administrador privado, por lo que a nadie le cupo duda de la identidad del "poderoso" amigo que Bárbara Rey decía querer proteger.
Y, como todo es circular, resulta que Colón de Carvajal era íntimo del padre de Macarena Rey, la directora general de la empresa que hace el programa Maestros de la costura y Masterchef entre otros. Nunca le falta trabajo a otra diva, Raquel Sánchez Silva, viuda de Mario Biondo. No lo digo por nada, solo por la coincidencia.
No sé si me he explicado suficientemente bien, a veces con mi retraso mental diagnosticado por su ilustrísima reptituliana me dejo llevar cuando pongo los dedos en las teclas y no sé ni lo que escribo.