Por Javier Bleda
Murcia es una ciudad pequeña se
mire por donde se mire, y el hecho de ser comunidad autónoma uniprovincial no
hace que la talla física dé más de sí, en todo caso el orgullo regionalista
puede inducir a la grandeza, pero nada más. Mi introducción sobre la talla de
la capital huertana viene a colación de una noticia que ha atravesado las
fronteras locales, regionales, y hasta internacionales, medio escandalizando a
la población por haberse descubierto una trama de prostitución en la que parece
había implicadas algunas menores. Ahora bien, a pesar de ser algo escandaloso
(que lo es) el que chicas adolescentes anden atrapadas en un mundo de lupanares
ambulantes, lo que llama poderosamente mi atención es que durante mucho tiempo
un catálogo de, ni más ni menos, 400 señoritas, o las que fueran, estuviera
circulando vía Whatsapp en un entorno tan reducido como la capital murciana,
con salidas esporádicas a alguna población cercana, y finalmente esto se
conociera, entre otras cosas, porque los padres de una de ellas, menor de edad,
indagaron la procedencia de los emolumentos que su hija recibía como canguro,
los cuales superaban con creces la media de lo habitual.
Con sospechosa frecuencia viene
ocurriendo que este tipo de cosas estallan porque “alguien” hace algo, y es a
partir de ese algo que la maquinaria policial y judicial se pone en marcha, o
bien, curiosamente, simplemente se reactiva porque, tal vez, y como se comenta
sobre este caso, esa maquinaria ya estaba en marcha, solo que tomándose con
cierta calma que 400 mujeres, independientemente de su edad, fueran objeto de
un catálogo de semejantes dimensiones en un sitio como Murcia donde,
normalmente, “todo se sabe”. Y en estas que, entre otros, aparecen incriminados
tres abogados, penalistas para más señas, que como carentes de toda lógica profesional,
qué digo yo profesional, como carentes de cualquier tipo de lógica, no se les
ocurre otra cosa que montar orgías con menores de edad en su propio despacho
profesional, abierto en pleno centro de la que más bien parece la capital del
sexo.
Decía Valérie Tasso, escritora y
sexóloga, que “Para el orden moral no hay nada más excitante de reprimir que la
perversión moral que a uno le espera”. Y así es, porque es esa presunta
perversión moral la que se enfrenta, en este caso, cara a cara con un orden moral
que amenaza el estatus referencial de la pura lógica, y si bien es cierto que
hay quien opina que a veces los delitos, y los que los comenten, carecen de
lógica, la realidad no es esa, siempre hay una explicación coherente al hecho
delictivo, pero también hay paradojas, como por ejemplo la de que tres
profesionales con derecho a toga, especialmente entrenados en el campo de lo
penal, se llegasen a prestar a semejantes sesiones continuas de ruleta rusa
sexual, a no ser que su verdadera intención fuera más allá de la pura
perversión, para adentrarse en el terreno deontológico de ofrecer la
posibilidad de ejercer la prostitución de menores con garantía legal para las
supuestas menores, una especie de “yo no abro la boca si no es en presencia de
mi abogado”, en cuyo caso quienes cobrarían serían ellos, no ellas.
Como parte de toda esta gran
cascada paradójica, se lee también en la prensa que la Junta de Gobierno del
Colegio de Abogados de Murcia acuerda incoar diligencias informativas para
determinar si, efectivamente, existen abogados inmersos en este procedimiento y
abrirles expediente disciplinario en espera de sentencia condenatoria que
pudiera conllevarles la expulsión del ejercicio de la profesión. No seré yo
quien ponga en duda la esencia del propio Estatuto General de la Abogacía , hasta ahí
podíamos llegar, tal vez sólo sentiría sana y colegial curiosidad por saber qué
parte del Artículo 123 del Estatuto se aplicaría en este caso, si la que
considera infracción muy grave que los colegiados fueran condenados por delitos
dolosos como consecuencia del ejercicio de la profesión, o la que considera,
con igual gravedad, que fueran condenados a penas graves conforme al artículo
33.2 del Código Penal, es decir, si ejercían la prostitución de menores
actuando como abogados de esas supuestas menores, dicho esto con toda ironía, o
si, por el contrario, lo hacían con pleno conocimiento de su salto al vacío.
Cabe manifestar aquí el hecho de
la presunción de inocencia destruida, puesto que los tres penalistas imputados
ya son carne de cañón de los medios (el periódico El País ofreció pelos y
señales de la ubicación de su despacho profesional); lo son también de su
propio colegio profesional, que levanta preventivamente, sin dejar caer, el
mazo de la Justicia
antes incluso que la propia Justicia les escuche y, por supuesto, lo son de la
masa popular, ese pueblo tan ávido de
sangre (a veces sin necesidad de aplicar la retórica en esto) y presto al
linchamiento, siempre arengado por medios de comunicación convertidos en los
juristas de los nuevos tiempos.
Deberíamos plantearnos que todo
esto ha ocurrido de verdad, que un álbum con más de cuatrocientas chicas pasaba
de móvil en móvil de clientes de alta gama y que, de cuando en cuando, la
página del álbum que precisamente contenía las fotos de niñas en edad escolar
se paraba justo delante del despacho de tres penalistas. Pero también
deberíamos plantearnos que puedan existir otras teorías, como por ejemplo que
resulta muy poco creíble que un catálogo con cientos de mujeres jóvenes,
algunas menores, pudiera campar por sus respetos en una ciudad de tan reducidas
dimensiones sin que la autoridad policial hubiera intervenido desde el minuto
uno, en lugar de hacerlo a instancia de parte. Igualmente, siempre desde el
punto de vista de la teorización de hipótesis, podríamos pensar que, por
razones desconocidas, pero fácilmente deducibles, presuntamente no interesaba
descubrir el filón que suponía la carne fresca de tantas mujeres puesta en modo
producción, y que si finalmente ha salido a la luz ha sido por un hecho casual
denunciado en el lugar adecuado y audazmente tomado de la mano por la
inspectora del Grupo 2 de la
UCRIF de Murcia, según cuentan los periodistas Rendueles y
Marlasca. Y, por teorizar, que para eso está hecho este blog, también podríamos
llegar a pensar que a los tres abogados se les ha hecho un traje a medida para
que paguen por alguna “deuda” contraída en el mundo del ejercicio del Derecho
Penal, porque si bien la razón primigenia de la abogacía es defender al
acusado, aún a sabiendas de su culpabilidad, no es menos cierto que el oscuro
mundo de lo penal lleva aparejadas conductas, relaciones y modus operandi que
marchan a veces sobre una cuerda floja la cual, con frecuencia, se balancea
peligrosamente por el movimiento de aquellos a quienes, desde ambos lados de la
cuerda, les molesta el funambulismo cuando afecta a sus intereses espurios.
Con todo, si al final resulta que
la paradoja planteada no existe, y se demuestra de manera fehaciente que los
tres penalistas, Francisco Javier, David y Tomás, utilizaban el catálogo de
mercado femenino para su uso y disfrute, que esto lo hacían a sabiendas de que
eran menores, o incluso solicitándolo ellos mismos por escrito, y que, además,
utilizaban para ello su propio despacho profesional, entonces, y solo entonces,
habría que condenarlos por imbéciles antes que por prostitución de menores,
tiempo al tiempo.
Afortunadamente para algunos, y
no me refiero necesariamente a los detenidos, entre los implicados hay un
enterrador, así, aunque sea con falsas promesas, al menos habrá alguien que
pueda echar tierra sobre determinados aspectos de esta tan poco acertadamente
llamada “Operación Chic Baúl”. ¿A quién se le habrá ocurrido el nombrecito?
Habría que juzgarlo por ello.
Excelente artículo. Bravo!!!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNo conocía el caso. Gracias, Javier. Hace poco tiempo saltó la alarma en una familia española. A los propios padres les llamaba la atención la cantidad de dinero que manejaba su hija. Era también una menor. Iba a preguntar qué les pasa a estos hombres, pero claro, supongo que es eso precisamente lo que buscan.
ResponderEliminarEl comentario eliminado llevaba una errata. Nada más.
ResponderEliminarEste artículo tuyo lo había leído ya antes. No conocía el caso antes de leerlo. No lo recuerdo, ni su repercusión si la hubo. En todo caso siempre hay más, nunca se acaba. Lo decía Germaine Greer: seguramente ningún ser será menos libre que una prostituta si está atrapada por las drogas.
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