Por Javier Bleda
El 11-M fue sin duda el peor
atentado terrorista de la historia de España en términos cuantitativos, porque
en términos cualitativos cada afectado de todos los demás atentados debe llevar
la procesión por dentro. Se ha escrito mucho, muchísimo diría yo, sobre lo
ocurrido aquél día, sobre posibles vías de planificación del mismo, posibles
conspiraciones y hasta se ha escrito de las intimidades del proceso judicial
por la persona que compartía sábanas con el togado mayor de la causa. Y a pesar
de todo, a día de hoy, pasados tantos años como días del mes marcaba la fecha
del atentado, la sociedad española sigue sin tener claro qué pasó realmente más
allá de la evidencia de los doscientos muertos en muerte y los casi dos mil muertos
en vida, y eso sin contar a los miles de familiares directos que también fueron,
y continúan siendo, muertos colaterales vivientes.
Lo que no deja de tener su aquél
es que, a pesar de lo mucho que se ha escrito para seguir estando inútilmente
en el punto de partida con respecto a la verdad verdadera de tanta sangre
inocente entre raíles, ahora mi paisano de Albacete, José Bono, Pepe para los
amigos, saca un libro: “Diario de un
ministro” (menistro, en
manchego). Es un compendio de páginas que Bono pasea por todas partes, como si
fuera un Umbral cualquiera, en el que se deja llevar por sus recuerdos, los
reales y los inducidos, para contarnos su versión de los hechos terroristas y
hacernos saber su tendencia a maquillarse, porque eso es lo que hay en su
libro, un maquillaje de la realidad una vez fue nombrado ministro de Defensa y,
por tanto, con acceso privilegiado a algo más que un cambio de siglas entre
CESID y CNI.
Luis María Anson (a veces con
tilde en la O ,
otras sin ella, nunca terminó de aclararse sobre lo que le gustaba, me
recordaba a Prince cuando se quitó el nombre), escribe maravillas sobre José
(seguro que le llama Pepe en la intimidad) y su libro de cotilleos de portera
de ministerio. Pero, de entre todas las cosas que escribe Luis María sobre Bono,
me quedo con la mejor: “La coherencia de su pensamiento y la firmeza al
defender sus ideas han merecido al reconocimiento general en este país de
cantamañanas, mogrollos, titiriteros, caraduras, chupópteros, políticos de
pantalón gris, prenda que va bien con todas las chaquetas”. No hay la más
mínima duda sobre la pertenencia a la Real
Academia Española…de la Lengua Viperina (en su caso) del
firmante de tan bella declaración de amor. Y es porque domina el arte de la
adulación amatoria que aquél 8 de febrero de 1998 nos deleitó a los asistentes
al acto de toma de posesión de su sillón “n”, como las ñoñeces que solía decir
a las coristas de Lina Morgan, con un discurso de nombre evocador: “Palabras de
amor de los poetas”. Habló Luis María de su antecesor en el sillón, José López
Rubio, y de él dijo: “…tardó en triunfar diez años más. Celos del aire, estrenada en 1950, fue saludada como una obra
renovadora y audaz que tenía entre bastidores a un autor sabio, conocedor de la
condición humana y de la farsa del poder y la gloria, del amor y del odio, de
la vida y de la muerte”. Es aquí, al unir los textos dedicados a ambos josés
por el maestro ñ, que cruzo datos
sobre la hipocresía de la vida y la querencia de los líderes de opinión por
hacernos comulgar con ruedas de molino. Ansón, sin tilde fuera del horario
infantil, se permite jugar con sus lectores a veces, escuchantes otras,
planteando un país que va de cantamañanas a chaqueteros y, a pesar de ello,
todos reconocedores de la gran valía intelectual del menistro; como también López Rubio, a quien aplicó en su posesión
académica la sabiduría del saber sobre la condición humana y la farsa del poder.
Y todo esto lo dice Ansón porque él, como nadie, sabe de esas cosas, sabe de
cómo recibir honores aún cantando a las mañanas mejor que nadie; sabe cómo
cambiar de chaqueta dependiendo de cuánto pague el sastre reservado que la
hace; sabe de la condición humana y su frágil capacidad para traicionar; sabe
sobre la farsa del poder porque él la ha protagonizado, y sabe, entre otras
muchas cosas, sobre los entresijos de las galeradas, entendiendo esto como algo
propio de las imprentas y no de terrorismo de Estado.
Los que escribimos nos solemos
plantear previamente sobre qué escribir para hacerlo con fundamento arguiñánico, de ahí que ahora yo
escriba, como Luis María, sobre mi paisano Bono, pero no tanto por el hecho
editorial en sí, sino por haber tenido la oportunidad de ver, a posteriori, la
cara que puso cuando, sentado en el Chester de Pepa Bueno, extraía de su libro
la cena acontecida casa de Pedro J. (José también) Ramírez. Esa cara como de
orgasmo revenido de José Pepe Bono
hablando de la famosa cena no pasó desapercibida para mí, como seguramente
tampoco pasaría desapercibida para millones de personas que se preguntasen a
cuento de qué viene ahora este aspirante a la indulgencia plenaria travestido
de ex ministro a insinuar, por escrito y de viva voz, que el Gobierno de Aznar
tenía datos previos que podían haber evitado el atentado. Entonces, me
pregunto, ¿Bono quiere dejar claro que no se supieron gestionar esos datos, o
bien que el propio Aznar montó el atentado para erigirse después como único
salvador posible del Estado ante ETA, pensando que todo el mundo le creería si
decía que habían sido los gudaris del Ejercito Vasco de Liberación? Y si no
insinúa ninguna de estas dos cosas, ¿qué demonios insinúa? Hitler, Adolfo,
solía decir que, si has de echar una mentira, ésta sea lo más grande posible
para que resulte creíble. ¿Será éste el plan de Bono? ¿Querrá tapar con sus
chismorreos de Barataria tantas cosas que él supo (él sabe) que fueron y parece
que no fueron?
Cuenta Bono que a la cena en casa
de Pedro J. Ramírez asistieron Lucía Méndez, Jaime Castellanos, Giorgio
Valerio, Eduardo Zaplana y Ana Patricia Botín, además de él mismo, y que Zaplana
les dijo a todos que la policía vasca detuvo en enero de aquél 2004 a un magrebí que
declaró que se iban a vengar en Atocha y que todo estaba preparado, añadiendo
la estupidez de que el policía le dijo que el estadio de Atocha ya no existía,
y el individuo precisó que no se refería a un campo de fútbol, sino a una
estación, y que esas manifestaciones de Zaplana los dejó a todos muy
sorprendidos. ¿Imagina alguien que un policía vasco (o de donde sea, incluso de
Albacete) esté deteniendo a un marroquí y ambos se pongan a hablar de campos de
fútbol y de dónde verdaderamente están preparando un atentado? Aunque, si
quieren que les diga la verdad, a mí más que esta ridícula historia lo que
llama mi atención son los invitados a la cena y, por supuesto, el anfitrión,
tan aficionado al rojo como el propio Bono. Lucía Méndez tendría mucho que
hablar con Ana Patrícia Botín, ellas serían capaces de entenderse; igual que,
visto lo visto, se entenderían a la perfección Zaplana y Bono, y más teniendo a
Pedro J. de maestro de ceremonias, en su día buen alumno de Beatriz Pottecher;
faltan los otros dos, Castellanos y Valerio, pero tampoco sería difícil
ubicarlos si tenemos en cuenta que sus intereses eran, y son, los medios de
comunicación, y en aquella mesa había poder económico, poder político y poder
lo que se tercie después de unas copitas, incluso la propia Lucía Méndez podría
haber escrito un artículo al estilo de los que sigue escribiendo ahora y que
habrían pegado tanto con aquél entorno, En
el palacio de la reina Fabiola.
Si tan importante fue para Bono
la conversación entre el marroquí ferroviario y el policía vasco futbolero,
igual credibilidad podía darle a otras pistas que ayudaron a confundir las
primeras pesquisas pensando que los gudaris estaban detrás del atentado, por
ejemplo el testimonio de la etarra Belén González Peñalva, asegurando a Europol
en su día que para negociar “había que poner cien muertos encima de la mesa”; o
cuando la Nochebuena
de 2003 la Policía Nacional
detuvo en San Sebastián y Hernani a dos etarras que habían dejado dinamita en
un vagón preparado para estallar en la estación de Chamartín de Madrid; o cuando el día 1 de marzo de 2004, la Guardia Civil detuvo
en la provincia de Cuenca una furgoneta con 536 kg de explosivos que se
iban a utilizar para un atentado en Madrid.
A Bono lo único que le interesa
ahora es sembrar la duda, razonable o no, para rematar lo que en su día él, en
compañía de otros, dejó a medias, esto es, la muerte civil del Partido Popular,
aunque si se espera un poco lo mismo ya no tiene que hacer ningún esfuerzo y se
muere solo. Si Pepa Bueno me invitase a su Chester, y suponiendo que éste no
fuera de pana, como el de Bono, a mí también me gustaría desmelenarme para
dejar mis dudas en el aire, porque haberlas las hay, y algunas de ellas no me
dejan dormir pensando que, de no haberse manipulado aquél presente, tal vez
ahora no estaría España como está, porque el dinero llama al dinero y las
alegrías de talante al no reconocimiento
de una de las peores crisis de la historia de la economía moderna. Y, desde
luego, tampoco habría tantas vidas rotas envueltas en una solución de
continuidad de dolor eterno, pero eso parece que no importa, lo que de verdad
cuenta es que once años después el antes ministro venga a mariposear con la
verdad, ignorante él, parece, que el aleteo de una mariposa puede llegar a ser
el comienzo de un terrible huracán.
Pepa Bueno, la periodista
chesteriana, me gusta mucho porque sabe mantener su rostro imperturbable aunque
sea consciente, o intuya, la pepa que
le están metiendo, incluso cuando la farragosa vehemencia de su interlocutor se
empeña, con reiterada tozudez, en elevar a categoría histórica el discurso de
un trilero de la política. Tal vez Pepa, aunque debo reconocer que no era su
papel, podía haber preguntado a Bono por qué su jefe directo tuvo tanto empeño
en mostrar pleitesía al monarca de Marruecos en su primer viaje institucional,
y por qué hizo lo mismo inmediatamente después con Jacques Chirac, otro rey de
África y que también lo quería ser de Europa. Así, no era de extrañar que el
líder independentista marroquí, Mohamed Abdelaziz, al ver el coqueteo previo al
coito entre José Luís (otro José) y Jacques, con la cortina de humo del Sahara
de por medio, arremetiera contra Francia diciendo: "Al dar cobertura
diplomática a las pretensiones de Rabat, París sustrae a Marruecos de la
obligación de someterse a la legitimidad internacional". En esto de dejar
a los saharauis a los pies de los caballos (o de los camellos) a Zapatero no le
tembló el pulso, a pesar de que no se esperaba semejante reacción de un a
posteriori líder de la Alianza
de Civilizaciones, que montó para mayor gloria con el ahora islamista radical
turco, Erdogan. Es decir, quien debiera ser un defensor a ultranza de los
derechos históricos de los saharauis se convirtió, de un día para otro, en el
tonto útil de quien los estaba machacando, así todos contentos, Marruecos se
quitaba de encima la presión española y regalaba a Francia el tonto para
exhibirlo en la feria de un nuevo eje.
Igualmente no habría estado de
más saber si el regreso al “corazón de Europa” y la nueva cohabitación con
Francia y Alemania, que tanto excitó a Moratinos, se debía al efecto preelectoral o postelectoral, esto es, si fue buscado o se
encontró más allá de que la respuesta pudiera ser “lo llevábamos en el
programa”. Claro que conociendo a Miguel Ángel lo mismo podríamos esperar que
contestase que aquello fue sin querer, como las relaciones íntimas (de
negocios, me refiero) que ha tenido con el Pequeño Nicolás. Por cierto, ahora
que caigo, el comportamiento de Moratinos con este chiquito, nuestro pequeño
James Bond de juguete, lo mismo es simplemente una mimetización de lo que tras
los atentados manifestaron Chirac y Schroeder cuando hablaban de que iban a
adoptar a Zapatero, su pequeño José Luis. El caso es que la decisión del jefe
de Bono de retirar las tropas de Irak para satisfacer al principal socio
comercial de Sadam Hussein al otro lado de los Pirineos, y la invitación a
otros países a que hicieran lo mismo, llevó a The Wall Street Journal a
calificar la decisión del gobierno español de “nota de agradecimiento” a los terroristas
del 11-M, algo que habría sido totalmente escandaloso de no ser porque, por
aquél entonces, el Quijote José Luis y su fiel escudero José estaban en su
momento “ladran, luego cabalgamos”.
Y ya puestos a preguntar, y
teniendo en cuenta que Bono tenía su libro en la mano mientras compartía sofá
con Pepa Bueno, le podía haber preguntado si le parecía normal relevar a Jorge
Dezcallar a los pocos días del atentado, como máximo responsable de la
inteligencia española, para premiarlo,
ni más ni menos, con el puesto de embajador en el Vaticano, uno de los de mayor
prestigio en la diplomacia española. Cualquiera diría que no haberse enterado de que se preparaba un atentado de semejantes
características no fue un patinazo en su carrera, sino un servicio prestado por
ese “hombre de Estado” que tan bien caía al PSOE, claro que no hay que olvidar
los importantes vínculos del señor X con Marruecos y tener en cuenta que
Dezcallar venía de ser embajador en Rabat antes de convertirse oficialmente en
espía.
En 2006, como esto de ser
representante ante la Santa Sede
debía parecer muy diplomático pero poco generoso desde el punto de vista
crematístico, tanto al señor embajador como sus benefactores ocultos decidieron
que se dejase de las cosas de los santos para momento más espiritual y se
incorporase al Consejo Estratégico Internacional de Repsol YPF como secretario
general, lo cual parece que nada tenía que ver con el nuevo Gobierno
sobrevenido de la dinamita pero, si tenemos en cuenta que La Caixa es el principal
accionista de Repsol, y que Luis Reverter era, y continúa siendo, el secretario
general de la Fundación La
Caixa, no parece insensato pensar en que pudo haber algún tipo de favoritismo
hacia Dezcallar. El nombre del tal Reverter es un dato muy significativo en
todo este lío, porque Bono lo tenía como referente, de parte de Felipe González,
para hablar de lo que hiciera falta, como consejero o para casos de emergencia.
¿Y quien era Reverter? Pues, como es público y notorio, fue secretario general
de Coordinación y Servicios de la Presidencia del Gobierno, con Felipe, y
colaborador de primer nivel del vicepresidente Narcís Serra, sobre todo cuando
éste era ministro de Defensa, es decir, otra vez de nuevo salen a relucir los
servicios secretos, los catorce años de Manglano (¡menuda pieza!) al frente de
los mismos, los terrorismos de Estado que iban y venían desde las cloacas a la Moncloa y viceversa, la
utilización de recursos del Estado para cargarse a gente como Mario Conde, que
por aquél entonces era el Pablo Iglesias de ahora pero con gomina y mucha más
clase, y así hasta el infinito y más allá, de ahí que las reticencias mentales no
tengan más remedio que salir a relucir cuando uno imagina todos estos datos
interconectados. No me extraña que el entonces portavoz del PP en la Comisión de Investigación
del 11-M del Congreso de los Diputados, Jaime Ignacio del Burgo, tuviera la
mosca tras la oreja constantemente.
Por si fuera poco, Jorge
Dezcallar, al mismo tiempo que buscaba petróleo, también formaba parte del
Consejo de Administración de MaxamCorp Holding S. L., junto a Jesús Del Olmo,
antiguo director adjunto del CESID, y Francisco Torrente, anterior secretario
general de Política de Defensa, almirante jefe del Estado Mayor de la Armada y otro de los consejeros de Bono de quien Felipe le
dijo se podía fiar. Pero como parece que todo este tinglado no casaba muy bien
con alguien que había ostentado un cargo estratégico como responsable de los
servicios secretos, y por aquello de la estética de las incompatibilidades,
aunque fuera a toro pasado, los
supuestos benefactores (en realidad no tan supuestos, ni siquiera presuntos),
sacaron a Dezcallar de lo particular
y lo volvieron a condecorar en 2008 como embajador de España en Washington
hasta 2012, y por el camino casi consigue ser jefe de la Casa del Rey Juan Carlos,
aprovechando que ya habían colocado a uno de sus hombres de confianza, que
había estado con él en la embajada de Marruecos y en el CNI, Ramón Iribarren,
lo que vendría a ser algo así como la cuadratura del círculo.
Entre el 11-S y el 11-M
ocurrieron muchas cosas, hubo ríos revueltos y también una importante ganancia
de pescadores. Jorge Dezcallar se movía como pez en el agua en entornos árabes diplomáticos
madrileños haciendo valer su flamante cargo en el mundo del espionaje, y puedo
dar fe de ello porque, justo en esos mismos años, yo era asesor del embajador
sirio y tenía acceso privilegiado a lo que tanto interesaba a Dezcallar y su
equipo. Mi amigo, el periodista Gustavo Morales, que antes que yo hizo lo mismo
en la embajada iraní en Madrid, sabe que la información sensible es perseguida
como los buscadores de oro intentan encontrar las pepitas en el río. Cualquier
patriota diría que nuestra obligación debía ser la de entregar dicha
información a los nuestros, esto es,
al CESID que luego fue CNI, pero cómo estaría la cosa que preferíamos guardarla
antes que compartirla, porque a veces el nivel de sospecha sobre los nuestros sobrepasaba todos los
límites razonables.
Me hubiera gustado que Pepa Bueno
preguntase también a Bono por Alberto Saiz, su primo político (por partido y
por familia), quien pasó de una ingeniería de montes a una ingeniería política
que le hizo nuevo jefe de los servicios secretos en sustitución del
aparentemente premiado Dezcallar. Por
supuesto que quitar a Jorge para poner a Alberto también significaba lo mismo
que si el propio Bono fuera el jefe de la inteligencia (que de hecho lo era
como ministro de Defensa), porque la intimidad
entre Alberto y Pepe era de sobra conocida, ahora bien, lo que sobretodo se
consiguió con ese cambio fue que el paletismo ilustrado llegase a la base de
operaciones de inteligencia de un país que continuaba consternado por los
acontecimientos, algo así como si uno de los personajes de José Mota, el
Aberroncho, por ejemplo, hubiera sido nombrado director del CNI. En la Comisión de investigación de los atentados del
11-M en el Congreso de los Diputados, el primo de Bono se atrevió a decir que
Aznar podía haber evitado el atentado si hubiese prestado atención a los
informes de los servicios secretos españoles. Interesante, muy interesante esa
versión cainita de lo ocurrido que mostraba que, tras el primo Alberto, se
escondía el primo José haciéndole mover la boca como Mari Carmen hacía mover la
de Doña Rogelia.
En todo este esperpento
sangriento faltaba otro detallito, y es que mi admirado amigo, el periodista
Antonio Rubio, publicó en El Mundo
que Rodolfo Ruiz, policía condenado y luego absuelto por un delito de
falsedad documental y detención ilegal de dos militantes del PP, cuando aquella
manifestación en 2005 en la que querían pegarle a Bono, cobraba una nómina
mensual del CNI, donde fue fichado por el primo Alberto a instancias del primo
Bono. Esto no tendría más trascendencia de no ser porque el tal Rodolfo Ruiz no
era un policía normal, sino que se trataba del jefe de la comisaría de Vallecas
en 2004, justo en la que apareció algo más que sospechosamente, y como por arte
de magia, la mochila que sirvió para señalar al grupo marroquí como los autores
de los atentados de los trenes. Ruiz también tuvo su recompensa, fue ascendido
de categoría por el Ministerio del Interior y nombrado jefe de la Brigada Provincial
de Información de Madrid. No me extraña que mis colegas periodistas Luis del
Pino, Ignacio Cembrero y tantos otros, pusieran el grito en el cielo ante tal
concurso de despropósitos desatados.
Estas líneas que he escrito
conforman un simple artículo de opinión, a veces argumentada sobre bases
informativas no secretas, pero opinión a fin de cuentas, y no me importa ni un
ápice que alguien pueda estar o no de acuerdo conmigo. Sin embargo Bono, sea
José o Pepe, sí tiene el deber de guardar secreto sobre las cosas que conoció
por razón de su cargo. Habría que suponer que el Artículo 38. Deber de reserva,
del Estatuto del personal del CNI, también debería afectar al ministro de
Defensa como superior jerárquico del director del Centro Nacional de
Inteligencia, sin embargo, su paso por el sofá de Pepa mostró que la intención
del otrora ministro no era ni salvaguardar datos ni tampoco honores. Contar en
televisión cómo se espiaba a la cúpula militar y alardear de cómo ordenó
detener al teniente general José Mena Aguado, al tiempo que le llamaba
“pregolpista”, no fue solamente un posible delito de revelación de secretos,
más bien pareció una exhibición de ausencia total de vergüenza de alguien que
entendía que había que castigar a quien con el uniforme puesto decía: "Hemos
jurado guardar y hacer guardar la Constitución. Y para nosotros, los militares,
todo juramento o promesa constituye una cuestión de honor".
Tal vez algún día la Historia ponga las cosas
en su sitio y se sepa la verdad de lo ocurrido, será entonces cuando los
muertos en muerte, los muertos en vida, los españoles que vimos nuestro honor
mancillado a la francesa y la propia institución democrática de la Constitución que fue
ultrajada, podamos empezar a comprender que nada es lo que parece, que todo
puede ser manipulado y que hay intereses que pasan por encima de nuestras
cabezas sin el más mínimo remordimiento. Respecto a Bono, a José Bono, está
creando una estrategia de confusión con cargo al 11-M ahora que se acercan unas
nuevas elecciones generales en las que el objetivo es volver a dinamitar al PP,
y no está solo, el gran manipulador Rubalcaba anda detrás de todo. Mi opinión
personal es que el 11-M esconde una trama golpista, no de militares, sino de
una cúpula política agazapada tras una rosa, que supo aprovecharse de la
necesidad de unos y otros fuera de nuestras fronteras para modificar el orden geopolítico establecido.
¡Qué grande es la vida! Después
de once años, aparece Bono contando los chascarrillos de una cena, de dudosa
moralidad, para sembrar la duda en la población de que los malos que están en
el Gobierno pudieron tener algo que ver en el más grave atentado de la historia
de nuestro país. Creo que Bono debería volver a cenar a casa de Pedro J. (solo
o en compañía de personas que entiendan, como entonces) y pedirle consejo
técnico si lo que pretende es crear un agujero negro por el que quepan todas
las sospechas reales que se ciernen sobre él y sus colaboradores.
Yo diría que "de lectura imprescindible", por no decir que obligada. Un abrazo.
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