jueves, 27 de mayo de 2021

Maestros de la impostura

 

 por Javier Bleda

Publicado en Madrid Magazin

Fingir no es algo nuevo, más bien diría yo que se trata de una acción absolutamente instalada en la sociedad desde el principio de los tiempos, y es que ya mucho antes de decidirnos por la bipedestación se fingía para conseguir una hembra, para cazar y hasta para aparentar una superioridad inexistente en busca de una posición preponderante tan a tener en cuenta como lo es la de macho alfa. Se fingía para obtener muchos réditos, menos para los orgasmos, porque esto ya es cosa más cercana en el tiempo sobrevenida por el deseo de aparentar placeres no reales en el marco de relaciones reales, y con esta denominación real no me refiero a las fingientas que pudiera haberse encontrado el emérito en su larga vida ecuestre, sino a la más vulgar de las mortales frente a su hombre, en la mayoría de los casos desconocedor de la obligación copulativa de ofrecer placer equivalente.

Aparentar la realidad es casi una droga en nuestros días, las redes sociales nos han llevado a un extremo de surrealismo fingidor capaz de alterar la propia comprensión que tenemos de nosotros mismos, haciéndonos creer que somos de verdad como nos mostramos pública y virtualmente; tanto nos creemos que somos lo que vendemos gratis en las redes que, llegado el momento de reencontrarnos con el espejo, el de verdad y el del alma, nos horrorizamos al descubrir una realidad donde los me gusta no son tan fáciles de obtener como cuando colgamos una foto nuestra rememorando bellezas pasadas o, peor todavía, pensando que esa nueva realidad virtual en la que estamos inmersos nos mantiene en una suerte de bucle de retrato de Dorian Gray.

Parece importante resaltar, con todo el respeto del mundo, pero no sin algo de indignación, el falseamiento de la realidad que supone un programa tan traído y llevado como el de Maestros de la Costura de TVE1. Cuesta trabajo entender que nuestros científicos patrios apenas tengan cabida en la televisión pública, financiada con dinero del propio Estado que tiene la obligación de culturizar al pueblo, pero sí se disponga del mejor prime time para dar pantalla a una remesa tras otra de impresentables costureros de estar por casa, azuzados de manera inmisericorde por un Caprile y un Palomo, mirados a veces con extrañeza por María Escoté, que no cuenta con la facilidad viperina de sus compañeros y que parece no saber qué hace metida en semejante artificio de la moda, reconvertido en homenaje semanal a un orgullo incapaz de enorgullecer. Y Sánchez Silva, Raquel, que guarda sus imposturas para las intimidades presentes y pasadas, ejerciendo de presentadora ninguneada ante una audiencia indolente, dadas las circunstancias ambientales y virales.

Pretender dar por hecho que los aspirantes a hacedores de moda tiene que ser poco menos que locas sacadas de una verbena es lanzar un mensaje erróneo a una sociedad que, a duras penas, trata de comprenderse a sí misma. Estamos de acuerdo que hablamos de un programa de entretenimiento, pero hasta el esperpento tiene sus límites cuando se confunde la libertad de expresión, y de difusión, con el ridículo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.