Por Javier Bleda
Mi colega Isabel Díaz Ayuso anda inmersa en mil batallas políticas y, muy posiblemente, como ocurre en el ajedrez, en sueños, pero no en los nocturnos, sino en esos que se tienen mientras se acerca la taza de café caliente a los labios, se vea prontamente como la pieza más importante del tablero después del rey.
No parece tarea imposible que pueda ocurrir, hasta yo en sueños me veo casado con Ágatha Ruiz de la Prada, a fin de cuentas si el innombrable, como ella misma denomina a su ex, pudo hacerlo, yo no tendría por qué ser menos, tanto Pedro J. Ramírez como yo somos periodistas y a ambos nos gustan las negras (ya puestos a hablar de ajedrez, aunque creo que las posiciones que adoptamos no son las mismas).
¿Hay alguien en Madrid, en España, en Europa, incluso más allá de mares y océanos, que no sepa de la existencia de la nueva Dama de Hierro de Chamberí? Incluso en tierras extranjeras catalanas los hosteleros la vitoreaban en modo pandémico pidiendo a gritos una Ayuso puigdemónica independientemente de la independencia. Tan grande es la épica de Ayuso que, lo mismo que parecería ridículo ir a la ópera en alpargatas, siempre que no sea Pedro Sánchez el que llegue alpargatado, tanto de ridículo empieza a parecer ya el considerar que Ayuso es la presidenta de la Comunidad de Madrid, porque la estela que deja cada vez que abre la boca es más de Moncloa que de Puerta del Sol.
Por supuesto, igual que la muerte tenía un precio, ser más monclovita que genovita en estos tiempos de elecciones a la vista también lo tiene, incluso si el ser más de lo uno que de lo otro no pasa de esos sueños mencionados de taza de café caliente. Y ella, esa mujer que es Ayuso, sabe que es lo que es, también sabe lo que quiere ser, pero tengo mis dudas de que sepa lo que otros han querido que sea, y desde luego de que sepa lo que otros querrán que sea (aquí vendría bien meter una cuña de publicidad de cremas para no olvidar que los propios pueden ser infinitamente más peligrosos que los extraños).
Y de repente apareció él, ese hombre mezcla entre centauro y ser mitológico de imposible calificación, ese especialista que, siendo veinteañero, dicen los que no conocen la intrahistoria que llevó al inspector de Hacienda en excedencia a la Moncloa. Miguel Ángel Rodríguez no es un cabronazo cualquiera, porque para eso hay que ser periodista como yo (¡Perdón, no me acordaba que Ayuso también lo es!), sin embargo su grado de cabronazonería tampoco se queda corto, porque cuando se toma cuatro copas, como también hacemos los periodistas, es de los que piensan que hay que arrasar con todo y empezar de nuevo, como si la vida no fuera otra cosa que una campaña de publicidad.
Repito, ¿hay alguien en Madrid, en España, en Europa, incluso más allá de mares y océanos, que no sepa de la existencia de la nueva Dama de Hierro de Chamberí? Pues esa divinidad política, ese guerrear desde los tres primeros botones de la camisa sueltos, ese modo bronco en fémina dibujada que a todo el mundo hace fantasear, a los ignorantes con la política y a los mortales con otras cosas, no es sino puro constreñimiento al miguelangelismo, según se dice por ahí, se intuye, se cuenta y se sabe.
Isabel es más Ayuso desde que Miguel Ángel está a su lado, y es en ese ser más, en ese cara a cara constante con la Moncloa, en esa forma de hablar de barra de bar (no olvidemos que es periodista), que el pueblo la piensa como lideresa de la mejor de las derechas renacidas de entre los escombros de papeles, cocinas inglesas y tramas cloaqueras de las que, a no ser por la importancia que encierran, habría que reírse sin solución de continuidad.
Pero no es así, hay algo que chirría demasiado en toda esta orquestación ayusera, y ese algo es el hecho incontestable de que los abascales van ganando posiciones y se deben frenar al precio que sea. ¿Cómo hacerlo? Adelantando por la derecha, creando de la nada política una figura que aúne al electorado popular que viraba hacia Vox y hasta viendo la posibilidad de recuperar a los que, votando en tiempos pretéritos al PP, decidieron buscar alternativas mucho más contundentes en busca de soluciones para los males estructurales de la patria.
Isabel Díaz Ayuso está haciendo muy bien su trabajo, esa sintonía pública con Vox, ese alinearse públicamente con la extrema derecha pero como sin serlo, ese decir las cosas claras, ese insultar a todo el personal asambleario está resultando que la pone al nivel público de una casada, incluso siendo soltera.
Y, al tiempo, las plañideras mediáticas auguran que el señor de la gaviota (¡Menudo bicho tuvo que ser la gaviota original, según cuentan!) tiene un problema de liderazgo próximo si la Dama de Chamberí continúa a este ritmo. Interesante, muy interesante, de no ser porque es el propio Pablo el que maneja los hilos, bueno, en realidad, más que Pablo quien los maneja es Teodorín, que parece tener mucha más malicia en las distancias cortas. Todavía resuena su bronca balconera con MAR, pero tratándose del partido no hay nada de lo que no se pueda pasar página. Los balcones son muy del PP, ¿quién puede olvidar aquella foto de Aznar y Botella en un balcón con Pedro J. viendo la procesión del Corpus?
MAR no está encumbrando a Ayuso por casualidad, lo está haciendo porque se lo ha pedido José María, que sonríe con Isabel pero apuesta por Pablo; se lo han pedido los que aplaudían cuando Casado repudiaba a Vox en el Congreso; lo está haciendo porque se lo debe al partido que tantas cosas sabe de él (y él también del partido, que sean de derechas no quiere decir que a algunos no les guste el sexo raro, y Miguel Ángel sabe muy bien lo que significa tener información de ese calado).
MAR al revés es RAM, y en términos informáticos es la Memoria de Acceso Aleatorio caracterizada por una gran velocidad y el almacenamiento de datos de forma temporal, es decir, una vez reiniciado el equipo estos datos suelen desaparecer. Y esa es su tarea oculta en el gabinete de Ayuso, elevarla a la más alta de las glorias a gran velocidad y hacerla desaparecer cuando, una vez desactivado el virus Vox, toque reiniciar el equipo y que en la nueva pantalla aparezca el igualmente agraciado rostro de Ana Camins Martínez del Valle.
Si yo fuera Isabel Díaz Ayuso (¡menos mal que no lo soy porque estaría todo el día delante del espejo dándome besos!) me dejaría caer más a menudo por el Club de Campo de Madrid para ver si Juan Carlos Vera me puede leer los posos del café y saber qué hacer, no sea que resulte cierto que MAR es un infiltrado. Eso sí, en caso de que Isabel acuda a ver al otrora fontanero de los fontaneros del PP (donde ha habido siempre queda), yo le pediría un favor aunque no tenga nada que ver con el asunto en cuestión, y es que, si se encuentra por allí con Borja Cubillo Santamaría, que sería lo más normal, le pregunte si sabe por qué su amiguito Arturo Fernández, el de los restaurantes, se echaba siestas en el chalet de El Viso del pequeño Nicolás, ese chiquillo que tanto gustaba recibir en su despacho oficial Jaime García-Legaz siendo secretario de Estado de Comercio.
Incluso para los que no somos grandes especialistas en ajedrez (yo soy mucho más de damas), la serie Gambito de dama ha dado a conocer esta jugada en la que se ofrece una pieza al contrario a cambio de ventaja en el desarrollo en el juego. Pues eso, dado que la jugada consiste en sacrificar a la bella Ayuso para obtener ventaja frente al cruzado Santiago Abascal, lo propio es que a esta jugada la llamemos GambitOX de Dama.
Vaya Javier, me encanta tu estilo, no he podido leerlo todo, estos temas me enferman. Un abrazo amigo lo comparto
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