domingo, 21 de enero de 2024

Jaime, lo tuyo parecerá un accidente




por Javier Bleda 

Hay algo que tú y yo, Jaime, tenemos en común, y no se trata de una condición exclusiva, sino que la compartimos con todos los que alguna vez han sido amantes, y es que somos unos auténticos hijos de puta. Si bien es cierto que el hecho de dejarse llevar por las pasiones amatorias es un camino cuyos peligros para el corazón ya dejó perfectamente marcados Goethe, en su libro Werther, no es menos cierto que esos placeres de bipolaridad del alma también provocan un dolor, normalmente insufrible, a quienes permanecen en la ignorancia de la traición hasta que un día, normalmente de nubes grises, descubren el engaño y, con ello, la dura realidad de haber sido estafados con un castillo de naipes habiéndoles asegurado que se había construido con las más duras de las piedras. 

Ahora bien, si ya el hecho de ser amantes encierra, además del epíteto maternal, un oscurantismo que nos medievaliza hasta el punto de llegar a creernos que el derecho de pernada es un club al que se nos permite la entrada, en tu caso, Jaime, contar las intimidades de tu Letizia, reina consorte, rezuma un flujo putrefacto con sabor a venganza rancia. Y no digo yo que la tal Letizia no lo merezca, porque mucho peor que ser infiel es abdicar de sus creencias republicanas por una corona monárquica que la deslumbró, pero incluso tratándose de semejante personaje considero, como triste conocedor del mundo de los amantes, que la caballerosidad debería haber quedado por encima de la rabia. 

Posiblemente, a mi entender, antes de contar lo que ya has contado de la reina, y lo que amenazas con contar, habría quedado mejor hacer pública una nota dejando manifestación fehaciente de vuestra tórrida relación, pero enfocada desde un punto de vista más protocolario, como por ejemplo el comunicado que hizo público Patrick Esclafer de la Rode, secretario en tiempos del infante Don Jaime de Borbón y Battenberg, duque de Segovia y Jefe de todas las Casas Reales de Borbón y de España, quien hizo saber a Emanuela Dampierre, divorciada de Don Jaime, que en su momento formaba parte del círculo, pero que eso ya se había terminado: “La señora Dampierre, divorciada por su voluntad del duque de Segovia en 1947 y casada en segundas nupcias con Antonio Sozzani, no tiene autoridad moral para utilizar ninguno de los títulos de su primer marido, a quien no ocasionó más que infortunios por los escándalos públicos que protagonizó. La indecente veleidad de volver a usar el título que había repudiado obliga a recordar que su única «posición» posible es la del olvido”.  

No tengo la más mínima duda de lo encabronado que debes estar por la forma en que la mujer, la amante, la princesa, y finalmente la reina, ha jugado con tus sentimientos, dándote a entender que su cuerpo era para otro por horas pero su alma era para ti a tiempo completo. Y todo para que luego lo del alma no fuera más que un trampantojo reconvertido en amenazas con la connivencia, como siempre, de un determinado sector de los servicios secretos que están para limpiar estas cosas de las telenovelas reales. 

En todo caso Jaime, y como no puede ser de otra manera, cada cual enfoca sus venganzas como mejor le parece, y si tú consideras oportuno contar hasta los detalles de las bragas reales pues eso es cosa tuya, por mucho que ahora tengas un nuevo movimiento de encolerizados que apuntan al sufrimiento de índole machista de la pobre reina.  

No puedo acabar esta escueta manifestación de preocupación por ti sin advertirte, por tu bien, que hablar de bragas no es lo mismo que hablar de pashminas, como la que portaba tu Letizia en el selfie de apasionamiento desencadenado. Y no sé si sabrás, imagino que sí, que en palacio tienen por costumbre histórica resolver los temas irresolubles de una manera un tanto abrupta, por mucho que las pashminas  sean suaves. Tal vez tu amada te contó algo, si es que lo sabía, de otra pashmina utilizada para suicidar contra su voluntad a alguien allá por 2013, cuando precisamente el matrimonio real hacía aguas por todas partes. En fin, tengo para mí que no es lo mismo poner los cuernos que enterarte que te los ponen. Y te digo esto Jaime, del Burgo para más señas, porque lo tuyo también podría parecer un accidente.  

Nota del autor: *Mario Biondo, no te olvidamos. 

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